¿qué es lo que el espectador quiere ver?, ¿qué es el morbo?, ¿qué es la vergüenza? Nuestro Cuerpo Desde El Arte

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Antes de que el filósofo francés Michel Foucault publicó Vigilar y castigar y La historia de la sexualidad a mediados de los años 60, el cuerpo humano nunca había sido tema bandera de las ciencias sociales. El cuerpo desnudo, por supuesto, había obsesionado a artistas, a médicos, a la cultura popular y a la religiosa desde tiempos inmemoriales, bien fuera para glorificarlo o repudiarlo. Pero "paradójicamente", dice el historiador Jaime Borja, este "era el gran ausente de la historia por el olvido de los historiadores". La publicación coincidía con la liberación sexual y con su lema que recorrería el mundo: "Let's talk about sex". Desde entonces, el cuerpo hace parte de la cotidianidad de todos, parece ser una obsesión del mundo contemporáneo y los tratados y exposiciones sobre el tema abundan. Para la muestra, Bodies, el reciente éxito comercial del doctor Roy Glover.

Hábeas Corpus, la muestra que se puede ver en el Museo del Banco de la República hasta el 21 de junio, recorre un camino muy distinto. El artista José Alejandro Restrepo y el historiador del arte Jaime Borja recorrieron durante un año y medio iglesias, catedrales, museos de la colonia, y pasaron revista a las más importantes colecciones privadas y de arte religioso en busca de imágenes que, a su parecer, han moldeado la forma como la sociedad moderna se relaciona con el cuerpo. El resultado: una muestra que incluye cerca de 130 imágenes de santos, relicarios, registros de performance, esculturas, fotografías, radiografías, registros médicos y hasta imágenes publicitarias. Algunas de ellas son obras nunca antes vistas fuera de los cerrados círculos religiosos; otras, emblemáticas de la historia nacional; y unas cuantas joyas de artistas contemporáneos como la yugoslava Marina Abramovic -una de las pioneras del performance que por estos días ha dado mucho de qué hablar con su retrospectiva en el Moma- y el siempre controvertido fotógrafo Peter Joel Witkin.

Según los curadores, la exposición le debe su título al significado literal de hábeas corpus en latín: 'que tengas (tu) cuerpo (para exponer)' o, en castellano más sencillo, 'tendrás tu cuerpo libre'. Según la etimología de la expresión, el hombre libre es dueño de su cuerpo, 'tiene' un cuerpo; ojo, no 'es' un cuerpo, lo que plantea un curioso matiz a la relación. Y ese, precisamente, es el objetivo de Hábeas Corpus: mostrar cómo ha cambiado la forma en que la sociedad se acerca al cuerpo desde el Barroco hasta ahora y dejar una incómoda pregunta en el aire: ¿realmente ha cambiado tanto?


Cuatro ejes
Pero más que una historia de la forma como el arte y la cultura popular han representado el cuerpo en los últimos 300 años -la muestra no incluye imágenes del siglo XIX, a no ser de que sean muestras de anatomía- Hábeas Corpus es una colección de relaciones dividida en cuatro ejes temáticos: El cuerpo expuesto, El cuerpo oculto, El cuerpo fragmentado y El cuerpo mortificado. Por eso, la fuerza expresiva de la muestra está en su curaduría. Se trata de una propuesta sin pretensiones académicas, sencilla, aunque reveladora, accesible a todo tipo de público y cuyo tema, a pesar de la mirada histórica de Restrepo y Borja, es de una actualidad incontrovertible: el cuerpo desnudo y la relación con la desnudez; la forma como la gente se mira y se muestra. La exposición incluye imágenes familiares -desde los bustos de santos y mártires que se ven en las iglesias hasta el traje que llevaba Jorge Eliécer Gaitán el día en que lo asesinaron- e imágenes que han constituido silenciosamente durante siglos el inconsciente colectivo del país -El Sagrado Corazón de Jesús y El Juicio Final de Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, "una de las pinturas coloniales mejor logradas en la Nueva Granada", según los curadores.

La propuesta de Restrepo y Borja es contundente: el Barroco -entre los siglos XVI y XVII, cuando por primera vez el cuerpo se entendió como algo separado del alma- sentó las bases de cómo la sociedad contemporánea se relaciona con el cuerpo. "Desde el Barroco hasta nuestro días de 'la sociedad del espectáculo' asistimos al triunfo incontestable de la imagen y al protagonismo del cuerpo con su tremendo poder de seducción de masas", reza uno de los textos curatoriales. Después de todo, en palabras de Jaime Borja, "el Barroco -como la sociedad de hoy- se obsesionó con el cuerpo". Por primera vez este deja de ser un despojo, un apéndice del alma, y se convierte en su manifestación. "La mirada es la puerta o la puerta del corazón, el rostro el espejo del alma, el cuerpo la voz o la pintura de las pasiones", como escribió el antropólogo Jean-Jacques Courtine, una de las fuentes del historiador. Y, más que una manifestación, es el medio único y exclusivo para comunicarse con Dios.


Visiones contrapuestas
El Barroco se obsesiona pues con el cuerpo exhibido, fragmentado, mortificado y glorificado. ¿La fascinación suena familiar? Es la misma fascinación de la sociedad contemporánea: el cuerpo desnudo en los medios masivos de comunicación y en la publicidad; la 'fetichización' de ciertas partes del cuerpo, las piernas, los senos, las manos, por no ir más lejos, el cóccix; la fascinación por los despojos y reliquias de los santos, los vestidos u objetos que pertenecieron a líderes políticos o a estrellas de rock.

Aunque se trata de dos épocas con actitudes hacia el cuerpo que se contraponen -en la primera, el desnudo sirve para ilustrar la vida de los santos y su relación con Dios; en la otra, el cuerpo es un objeto de consumo-, las coincidencias entre la forma como una y otra representan y ven el cuerpo son sorprendentes. En la sala titulada 'El cuerpo expuesto', por ejemplo, se puede ver un cuadro anónimo de María Magdalena del siglo XVII, junto a Friné o Trata de blancas de 1940, uno de los cuadros emblemáticos de la artista antioqueña Débora Arango. Las dos mujeres -imágenes arquetípicas de la prostituta arrepentida- tienen un brazo arqueado sobre el bajo vientre cubierto por un manto, mientras la otra les tapa un seno. La primera, la del Barroco, tiene los ojos entornados hacia el cielo (o hacia la cruz de Jesús recién crucificado pintada en la parte superior izquierda de la tela) y expía su culpa en soledad. La segunda, por el contrario, está rodeada de hombres que la miran con lascivia, y ella, arrepentida o no, mira hacia abajo.

Algo parecido se ve en la siguiente sala, titulada 'El cuerpo oculto'. En ella están expuestos los Restos del conquistador Ortega Valdivia, la Urna relicario San Benigno, donde está su calavera; el Relicario de Santa María Mártir, con sus dientes, maxilares y huesos; y, junto a ellos, la ropa de Jorge Eliécer Gaitán, la casaca militar de Antonio José de Sucre y la banda presidencial de Laureano Gómez. Una considerable colección de huesos u objetos de culto religioso. En el centro de la sala está Prisma, una escultura del argentino León Ferrari (2006): un cubo de dos metros en el que se arruman fémures, calaveras, maxilares y tibias, cuya disposición y altura hacen pensar en una fosa común. La ironía es diciente: los huesos de cuerpos anónimos en urnas junto a los de los santos son objetos culto ubicados en un museo.

Pero las similitudes son tantas y tan claras que, en ciertos momentos, parecen forzadas. No es fácil explicar por qué junto a las cabezas de unos diez santos -todos mártires cuya cabeza ha estado en iglesias o casas curales como muestra del más devoto arte religioso- está la pintura pop de Beatriz González Salomé presenta la cabeza de Bautista, de 1974. No es fácil o quizá sea demasiado obvio: fuera de la historia de Salomé, un mito tratado y retratado por la literatura y el arte hasta la saciedad, parece no haber relación artística entre una y otra imagen.

Con todo, Hábeas Corpus es una excelente exposición que no pasa inadvertida, toca sensibilidades y por momentos incluso perturba. El performance de Marina Abramovic Balkan-Baroque-Film: los labios de Thomas (1975), en el que la artista dibuja una estrella de David sobre su vientre con una cuchilla de afeitar, y Las preparaciones anatómicas de la Universidad Nacional, una serie de modelos en cera que muestran las enfermedades en la piel, son ejemplos que hablan por sí solos. Pero el impacto de la exposición es más profundo. En el tercer piso del Museo, justo al final de la exposición, hay una cajita blanca y encima de ella se lee: "Étant donnés", en francés "dado que…". A través de dos pequeños orificios -es un simulacro de peep show en la que la audiencia son los voyeurs- se ve la reproducción plástica de lo que parece la entrepierna de una mujer, una reproducción médica junto a la cual se lee: "Lesión no clasificada". La instalación perturba no sólo por su grotesco realismo, sino por las preguntas que suscita: ¿qué es lo que el espectador quiere ver?, ¿qué es el morbo?, ¿qué es la vergüenza?, ¿qué es el pudor en una sociedad en la que la vista domina a los sentidos?

Informacion-:
http://www.semana.com/cultura/exponer-cuerpo/137430-3.aspx